Cuando era chico solía escuchar aquella frase tan inquietante de la ética popular: hay que saber sostener con los hechos lo que uno dice con las palabras. A la luz de las complejidades actuales, la coherencia social no exigía demasiado.
En Ficciones J.L.Borges nos dice que tiene un argumento donde un narrador (Ryan) cuenta la historia de su bisabuelo, el héroe F. Kilpatrick. A lo largo del texto Ryan va descubriendo un paralelismo entre la muerte de su bisabuelo y la muerte de Julio César. Advierte entonces una posible reencarnación, hasta que sucede un nuevo descubrimiento: ciertas palabras utilizadas por el héroe Kilpatrick repiten frases de Macbeth, obra de Shakespeare. “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible” escribe Borges.
Cuántas versiones de una misma realidad tiene encima hoy un ciudadano/a. Cuánto se le puede exigir a un trabajador/a que ya le pesa su propia realidad, la que vive y no le cuenta nadie, el deber de advertir cuánto de verdad hay en lo que le están proponiendo a velocidades de 15 a 30 segundos, en obscenas cantidades diarias. Quién está legitimado para señalar a unos y otros el no saber elegir, el no “ver” lo que es “mejor para uno mismo”, como si hoy tan sólo alcanzara con cruzar hechos y palabras.
Sobre el final del cuento Ryan descubre que su héroe era en realidad un traidor cuya historia había sido falseada por otro narrador, un tal Nolan, para preservar en el “imaginario popular” la memoria de Kilpatrick y evitar fisuras en su rebelión.
El conflicto entre el relato visible y el secreto de una realidad no son nuevos. Que su contradicción (expuesta o no) tenga la capacidad de desmoronar pueblos enteros, mucho menos.
La tragedia final en esta historia es la de nuestro narrador Ryan, quien entiende que él también es parte de una historia cuya trama y desenlace ya ha sido prevista con anterioridad.
Qué hacer entre tanta ficción organizada: asumir la valentía de construir la propia.
Por lo pronto también utilizaré como Nolan una sugerencia apócrifa de la literatura universal:
Felices los que creen sin leer!